lunes, 24 de febrero de 2014

La segunda invasión

Al primer mordiscón, México perdió Texas.
Ahora los Estados Unidos tienen todo México en el plato.
El general Santa Anna, sabio en retiradas, huye hacia el sur, dejando un reguero de espadas y cadáveres en las zanjas. De derrota en derrota, retrocede su ejército de soldados sangrantes, mal comidos, jamás pagados, y junto a ellos los antiguos cañones arrastrados por mulas, y tras ellos la caravana de mujeres que cargan en canastas hijos, harapos y tortillas. El ejército del general Santa Anna, con más oficiales que soldados, sólo es eficaz para matar compatriotas pobres.
En el castillo de Chapultepec, los cadetes mexicanos, casi niños, no se rinden. Resisten el bombardeo con una obstinación que no viene de la esperanza. Sobre sus cuerpos se desploman las piedras. Entre las piedras, los vencedores clavan la bandera de las barras y las estrellas, que se eleva, desde el humo, sobre el vasto valle.
Los conquistadores entran en la capital. La ciudad de México: ocho ingenieros, dos mil frailes, dos mil quinientos abogados, veinte mil mendigos.
El pueblo, encogido, gruñe. Desde las azoteas, llueven piedras.
El Tratado de Cahuenga, firmado el 13 de enero de 1847, en Los Angeles, finalizó las disputas en California. El nuevo gobierno encabezado por Manuel de la Peña y Peña inició las negociaciones de paz con los Estados Unidos que culminaron con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo; firmado el 2 de febrero de 1848, el cuál finalizó la guerra y otorgó a EE.UU. el control sobre Texas y el área conocida como Alta California; apropiándose de lo que hoy son los Estados de Arizona, California, Nevada, Utah, Nuevo México y partes de Colorado y Wyoming. A cambio, Estados Unidos pagaría 15,000,000 de dólares como gastos de guerra y cubriría los daños sufridos por sus connacionales en México.

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