Los Jaguares del amanecer y del anochecer
Cuenta la leyenda de los mayas lacandones que en otro tiempo,
cuando el mundo era nuevo, K’in, el Padre Sol, necesitaba ayuda todos
los días para salir cada mañana e iluminar la tierra.
En el mundo vivían unos jaguares hermosos y confiables llamados del amanecer porque eran los encargados de ayudar al Padre Sol cada mañana a subir y recorrer el cielo sobre la tierra. Pero también vivían los jaguares del anochecer que eran fuertes, feroces y éstos eran los encargados de la oscuridad.
Los jaguares del anochecer trataban de impedir el paso del sol porque querían que la noche reinara siempre sobre la tierra.
Esto resultaba en que todos los días se establecía una lucha entre los jaguares del día y de la noche: los jaguares del amanecer luchaban para empujar al sol por el firmamento y para que así brillara sobre la tierra, y los jaguares de la noche luchaban y trataban de detenerlo para que el manto de la oscuridad se extendiera para siempre.
Después de tantas peleas diarias todos los jaguares se sintieron cansados y decidieron que sería mejor celebrar una lucha única y final. Sería una lucha a muerte, una lucha cruel y devastadora donde el ganador tendría pleno derecho a decidir sobre los movimientos del sol. En el día acordado, en el sitio acordado se celebró la lucha: bestial, feroz, sin tregua alguna, interminable y sangrienta. Cuando todo acabó, el paisaje se había teñido de sangre y …. ¡los jaguares de la noche fueron derrotados!
Sin embargo, los jaguares del amanecer, en medio de su victoria, se mostraron generosos y decidieron que de ahí en adelante, permitirían a los jaguares de la noche reinar durante algunas horas. La noche podría seguir existiendo, pero siempre con respeto a K’in, el padre Sol, dándole siempre un lugar pleno y poderoso a la luz del día.
Además para estar seguros, los jaguares del amanecer tomaron una precaución: decidieron que, de ahí en adelante, los crepúsculos y los amaneceres se teñirían con rojos, naranjas, amarillos y morados intensos, como un recordatorio de la desgarradora batalla.
Y así fue el acuerdo y así se respetó por los siglos de los siglos hasta hoy donde desde aquel día y en cada atardecer, el cielo se pinta de colores para avisarle a la noche que su reinado es efímero; y los amaneceres se tiñen deslumbrantes para recordarnos a todos que, pase lo que pase y se oponga quien se oponga, éste es el reino de K’in, el Sol, el señor del día, el padre amoroso, el dios de la fuerza y de la luz.
En el mundo vivían unos jaguares hermosos y confiables llamados del amanecer porque eran los encargados de ayudar al Padre Sol cada mañana a subir y recorrer el cielo sobre la tierra. Pero también vivían los jaguares del anochecer que eran fuertes, feroces y éstos eran los encargados de la oscuridad.
Los jaguares del anochecer trataban de impedir el paso del sol porque querían que la noche reinara siempre sobre la tierra.
Esto resultaba en que todos los días se establecía una lucha entre los jaguares del día y de la noche: los jaguares del amanecer luchaban para empujar al sol por el firmamento y para que así brillara sobre la tierra, y los jaguares de la noche luchaban y trataban de detenerlo para que el manto de la oscuridad se extendiera para siempre.
Después de tantas peleas diarias todos los jaguares se sintieron cansados y decidieron que sería mejor celebrar una lucha única y final. Sería una lucha a muerte, una lucha cruel y devastadora donde el ganador tendría pleno derecho a decidir sobre los movimientos del sol. En el día acordado, en el sitio acordado se celebró la lucha: bestial, feroz, sin tregua alguna, interminable y sangrienta. Cuando todo acabó, el paisaje se había teñido de sangre y …. ¡los jaguares de la noche fueron derrotados!
Sin embargo, los jaguares del amanecer, en medio de su victoria, se mostraron generosos y decidieron que de ahí en adelante, permitirían a los jaguares de la noche reinar durante algunas horas. La noche podría seguir existiendo, pero siempre con respeto a K’in, el padre Sol, dándole siempre un lugar pleno y poderoso a la luz del día.
Además para estar seguros, los jaguares del amanecer tomaron una precaución: decidieron que, de ahí en adelante, los crepúsculos y los amaneceres se teñirían con rojos, naranjas, amarillos y morados intensos, como un recordatorio de la desgarradora batalla.
Y así fue el acuerdo y así se respetó por los siglos de los siglos hasta hoy donde desde aquel día y en cada atardecer, el cielo se pinta de colores para avisarle a la noche que su reinado es efímero; y los amaneceres se tiñen deslumbrantes para recordarnos a todos que, pase lo que pase y se oponga quien se oponga, éste es el reino de K’in, el Sol, el señor del día, el padre amoroso, el dios de la fuerza y de la luz.
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