El tlachtli (Zona de México)
Se ha
descubierto que desde la época precolombina existían en el territorio
de América distintas prácticas deportivas, estrechamente ligadas a los
oficios religiosos unas; otras más unidas a las condiciones materiales
de vida y a las exigencias de destreza física que ellas imponían al
hombre, entre que las que la caza y las prácticas guerreras resultaban
las más importantes.
El
pokyah y el tlachtli aztecas, el baggataway de las tribus meridionales
del actual Canadá, también jugado por los iroqueses y cherokes
norteamericanos, el gomahcari de los taramaras mexicanos, la balsería
hasta hoy practicada por tribus panameñas, el Pali-Kuden y el loncotun
araucanos, la Cha-Huasiña del imperio incaico, constituyen algunas de
las más importantes expresiones deportivas de los indígenas, que en
ciertos casos, influyeron sobre los juegos de las civilizaciones
conquistadoras.
Uno
de los más conocidos por haber continuado jugándose en una versión
moderna en México hasta la actualidad, es el tlatchtlí, consistente en
un juego de pelota practicado por las antiguas civilizaciones
precolombinas en la zona de México.
En
sus orígenes era cruento, pero con el tiempo fue evolucionando, y se
convirtió en un deporte lúdico de equipos que se enfrentan. En la
antigüedad (se supone que se comenzó a practicar alrededor del 3.500
antes de Cristo) se realizaba con un sentido ritual y religioso y los
perdedores eran decapitados, pues el juego servía para conocer el
designio de los dioses.
La
denominación de este juego varía de acuerdo con la lengua aborigen que
lo nombra: en nahuatl es tlachtli; en zapoteca es teladzi y en maya es
pok-ta-pok. Los campos de juego se construían cercanos a los templos, y
los arqueólogos han investigado construcciones de campos de juego ya en
el 1500 antes de Cristo. Uno de los más importantes y conservado es el
que construyeron los mayas en Chichén-Itzá. Consistía en una superficie
rectangular limitada por muros verticales, y en el centro los jugadores
colocaban un aro de piedra por el que se intentaba introducir la pelota.
Ésta se fabricaba de goma o látex que extraían de distintos árboles, y
era de unos 12 centímetros de diámetro.
Los
equipos -según grabados encontrados- variaban entre dos, cuatro, cinco o
seis integrantes. A veces lucían atavíos majestuosos, Otras veces
usaban taparrabos, con cinturones de cuero, y protectores en las
piernas. Quien lograba introducir la pelota por el anillo central,
ganaba inmediatamente el juego. Pero a la vez se puntuaba por los toques
y rebotes de la pelota en las partes no autorizadas del cuerpo del
adversario, por lo que se debían proteger muslos, caderas, rodillas. Se
jugaba usando un guante.
El juego fue prohibido por los conquistadores españoles porque exaltaba las divinidades indígenas
1. Introducción
Ante
la globalización, el mundo vuelve su mirada al pasado, al origen que
identifica y define las culturas. Frente a las desigualdades e
injusticias económicas y sociales que vienen asociadas a este movimiento
de globalización, surgen nuevas formas de ver el mundo y entenderlo. En
el campo de las Ciencias de la Actividad Física y el Deporte también
afectan esta serie de cambios, y es aquí donde debemos preguntarnos cómo
podemos progresar en nuestra área. La investigación histórica puede
ayudarnos a conservar nuestras señas de identidad, a rescatar las
tradiciones de los pueblos para que perduren en el tiempo como legado de
la civilización.
El
juego de pelota aparece como una actividad que mantiene vivas las
tradiciones asociadas a este deporte-ritual y, su estudio, puede
ayudarnos a comprender mejor una práctica llevada a cabo desde hace
3.000 años. Se ha hablado mucho de las prácticas deportivas griegas o
romanas, y no queremos aquí quitarles importancia, sin embargo, ¿cómo no
se ha estudiado apenas desde nuestro área una práctica que actualmente
cuenta con más de 1.500 canchas de juego registradas? No es pretensión
de este trabajo clarificar todos los aspectos que atañen al juego de
pelota, esto nos llevaría la creación de un libro (o varios), sino más
bien la de aportar ideas para que puedan realizarse futuros estudios
históricos o contemporáneos sobre esta importante práctica ancestral.
El
trabajo trata de aproximar al lector al juego de pelota visto desde las
diferentes culturas que se asentaron en mesoamérica antes de la llegada
de los españoles y su colonización. Desde los Olmecas, que son los
primeros pobladores de los que se tiene conocimiento de su práctica de
juego de pelota, hasta los aztecas, analizamos la relación que tuvieron
con esta actividad, basándonos en fuentes y estudios documentados. Nos
acercaremos, de manera básica, a su reglamento, a sus jugadores y a las
canchas, como legado visual y arquitectónico más importante. Por último,
el juego de pelota, como práctica sagrada asociada a una simbología
determinada: el sostenimiento del cosmos, la fertilidad o la guerra. Dos
direcciones encontramos finalmente, el juego de pelota, como juego de
dioses o como juego de hombres. Siendo el sentido sagrado el más
trascendente y por tanto motivo de análisis en el trabajo que
presentamos.
2. Culturas Prehispánicas relacionadas con el Juego de Pelota
En
el continente americano y especialmente en México desde la llegada de
los primeros pobladores (hace más de 30.000 años) hubo importantes
progresos, aprendieron a cultivar la tierra, a trabajar el barro y la
piedra así como a domesticar animales. Con el paso del tiempo las aldeas
se convirtieron en ciudades. Se crearon las religiones, las leyes y
formas propias de arte, se avanzó en ciencias e inventaron sistemas de
escritura y numeración. La zona mas importante de este desarrollo
cultural en México fue la llamada Mesoamérica, su evolución fue larga y
complicada y se conoce la presencia del hombre en estos territorios con
fecha de hace 21.000 a 14.000 años (Piña y Laurencich, 1990).
Por
la influencia del medio geográfico, las culturas que surgieron fueron
de muy diversos tipos: grupos recolectores, cazadores, sociedades
tribunales y complejas civilizaciones de gran esplendor, como la Olmeca,
Teotihuacana, Mayas, Zapotecas, Mixtecas, Toltecas, Tarascos y Aztecas.
Sin embargo, para los propósitos de este trabajo ofreceremos las
características básicas de las culturas que más importancia tuvieron
para el desarrollo del juego de pelota.
La
cultura más antigua de la que se conocen sus manifestaciones es la
Olmeca (1500-200 a.C.). El nombre olmeca deriva de las palabras náhuatl
olli, goma, y mecatl, estirpe (Piña y Laurencich, 1990). Indudablemente,
los olmecas no se llamaban a sí mismos "el pueblo de la goma", pero el
nombre sirve para designar el área metropolitana olmeca: Tabasco
septentrional y Veracruz meridional, región mexicana de la goma,
material utilizado para la fabricación de la pelota. Los centros
ceremoniales más importantes de esta cultura fueron San Lorenzo, que fue
abandonado hacia el 900 a.C.; Las Ventas, último gran centro supremo de
la cultura Olmeca (800-400 a.C.) y Tres Zapotes (desde 400 a.C.) en el
que los arqueólogos ya no hablan de una unidad cultural entre los
olmecas. En las dos primeras se encuentran canchas de tierra para la
práctica del juego de pelota, aunque sin construcciones especiales
(Castro, 1973). El nacimiento del juego de pelota se sitúa en el
desarrollo de estas civilizaciones, aunque es en 1995 cuando, en el
sitio de Paso de la Amada, Chiapas, donde se localizó la que, hasta el
momento, es la cancha más antigua con fecha entre 1400 y 1250 a.C.
(Taladoire, 2000). No está claro que en la época Olmeca el juego
terminara con un sacrificio humano, sin embargo es posible que las
cabezas colosales, maravillosos ejemplos de la escultura olmeca,
representen a jugadores de pelota decapitados (Castro, 1973; Ortíz,
1992; Uriarte, 2000) (fig. 1).
Fig. 1. Cabeza Olmeca
Esta
cultura fue asimilada por otros grupos y fue perdiendo sus señas de
identidad hasta la aparición de la cultura Teotihuacana (100 a.C.-600
d.C.). Por el esplendor de su forma urbana, así como por su influencia
reconocible en todo el territorio de Mesoamérica, puede suponerse que su
gran desarrollo no sólo fue agrícola, sino también de producción e
intercambio, en el que destacan las relaciones con la cultura vecina de
los Maya (Matos, 1990). Esta cultura está relacionada con un periodo de
disminución en la práctica y construcciones de juego de pelota en toda
Mesoamérica, influidos por la gran urbe de Teotihuacán (Taladoire,
2000). En esta ciudad no encontramos ninguna cancha, lo que significa
que probablemente que no se practicaba el juego, aunque en los frescos
de Tepantitla (fig. 2), que nos pinta el paraíso del Dios Tlaloc (que
representa la fertilidad), vemos a varios jugadores jugando a la pelota.
El tipo de juego es distinto al de otras regiones; dentro de un campo
delimitado por dos marcadores de piedra, la pelota es empujada con
bastones (Castro, 1973). No puede ser coincidencia, tal y como señala
Eric Taladoire (2000, p. 27), que la caída de Teotihuacán ocurriera casi
al mismo tiempo que el renacimiento y el apogeo del juego, aunque no
están claras las razones de este suceso.
Fig. 2. Mural de Tepantitla (Teotihuacán, Edo. de México)
Sobre
las causas del desplome de esta gran cultura se barajan varias
hipótesis, aunque parece ser que el incendio político-religioso sufrido a
mediados del siglo VI d.C. por la ciudad, junto con las presiones de
ciudades en expansión como Tula, Xochicalco y el Tajín, son las
versiones más plausibles de esta descomposición de Teotihuacán que
provocó el éxodo de los teotihuacanos hacia regiones cercanas (León,
1983; Matos, 1990).
Contemporáneos
a los teotihuacanos, pero con mayor proyección en el tiempo, apareció
la cultura Maya (200 a.C.-1200 d.C.). Éstos mantuvieron vínculos de
diversa índole con sociedades que habitaron Mesoamérica; lo mismo se
encuentran elementos teotihuacanos en grandes metrópolis mayas como
Tikal, y rasgos toltecas en lugares como Chichén Itzá, que aspectos
mayas en importantes ciudades mesoamericanas como Xochicalco, Cacaxtla o
Monte Albán (Bourbon y Poljak, 1999). Precisamente, Chichen Itzá recoge
uno de las canchas de juego de pelota (el pok’ta’pok, como era conocido
por los mayas) más famosas y mejor conservadas, en la que destacan sus
altos muros verticales (fig. 3) y su panel en relieve en el que se
representa a jugadores de pelota durante un sacrificio.
Fig. 3. Cancha de juego de pelota de Chichen Itzá (Edo. de Yucatán)
Diversos
autores (Ruz, 1983; León, 1983 y Scott, 1996; entre otros) señalan
alrededor de la fecha 800 d.C. el comienzo de un fenómeno generalizado
de deterioro de la civilización maya, que representa una ruptura total
con los patrones sociales y culturales que habían prevalecido, llegando
las Tierras Bajas del Sur a ser abandonadas paulatinamente y quedar
prácticamente deshabitadas. Las causas que tratan de explicar este
fenómeno, aún no han sido resueltas satisfactoriamente, pero la
sobreexplotación del medio y la intrusión de grupos extranjeros con un
bagaje cultural diferente, parecen ser las responsables (Bello y
Picardo, 1998). Esto provocó una serie de migraciones hacia la península
de Yucatán, en la que habitarían lugares como Uxmal, Kabáh, Labná o
Chichén Itzá, hasta que el arribo de grupos de filiación tolteca,
provenientes del Altiplano central de México, provocaron nuevas
transformaciones en las pautas culturales de la región (Bourbon y
Poljak, 1999). Esta presencia tolteca es más evidente en Chichén Itzá;
en este sitio tiene lugar, entre los años 1000 a 1200 d.C., la fusión de
dos de las grandes tradiciones culturales mesoamericanas, la maya y la
tolteca (Ruz, 1963; Bello y Picardo, 1998).
La
cultura Tolteca (950-1250 d.C.), tras la caída de teotihuacanos, y la
pérdida progresiva de poder de los mayas, trasladó los centros de
organización política y religiosa a Tula y Chichen Itzá (León, 1983).
Florescano (1995) recoge en su obra el personaje de Ce Acatl Topolitzin
Quetzalcóatl, sacerdote, héroe cultural y rey de Tula, que encarnaría la
imagen del dios mítico Serpiente Emplumada, cargado de gran simbolismo
en el juego de pelota (fig. 4 y 5). Esta tradición tolteca fue
transmitida por los aztecas, que la propagaron en diversos textos y
cantos que se comenzaron a publicar en los años siguientes a la
conquista española (Bello y Picardo, 1998).
Fig. 4. Representación del dios Quetzalcoátl, Serpiente Emplumada
(Templo de Quetzalcoátl, Teotihuacán, Edo. de México)
(Templo de Quetzalcoátl, Teotihuacán, Edo. de México)
Existen
diversas opiniones sobre el abandono de Tula, entre ellas la que asocia
la salida del rey Quetzalcóatl hacia otras tierras, provocando así una
ola de migraciones hacia el sur que disolvieron el reino de Tula pero
que sirvieron para que se extendiera la cultura Tolteca (Bello y
Picardo, 1998). Estas migraciones abrieron la puerta a invasores del
norte desde el sur de Texas hasta entrar al Valle de México. Entre estos
pueblos encontramos a los mexicas que procedían, según parece, de un
lugar llamado Aztatlan o Aztlán, "lugar de garzas", por lo cual, se les
conoce mejor bajo el nombre de aztatecas o aztecas, aún cuando ellos
preferían denominarse culhuas-mexicas (León, 1983; Yánez, 1996). Esta
cultura tardó años en establecerse definitivamente debido a que las
tierras que pretendían siempre estaban ocupadas y tenían que ir a la
guerra. Fue en 1345 cuando, tras arduas luchas contra pueblos vecinos,
vieron la señal del águila devorando una serpiente sobre un nopal
(imagen del l escudo de la República Mexicana) y fundaron Tenochtitlán.
Se dice que esta cultura practicaba el juego de pelota (o tlachtli, como
ellos lo llamaban) con una pasión exacerbada (Yánez, 1996). Heredado de
los tolteca también se fundamentan en una conciencia cósmica del juego,
se realizaba exactamente igual que el Pok’ta’pok maya, con
algunas ligeras diferencias, sobre todo en lo que concierne a las
medidas de los espacios y a su panteón divino (Avila, 2001). Para
ejemplificar la importancia de esta actividad entre el pueblo méxica,
hemos de señalar que la cancha de juego de pelota se hallaba ubicada en
el terreno sagrado, frente a los astilleros de cráneos de los que habían
sido sacrificados en el templo principal; al lado, limitaba con el
templo dedicado a los Caballeros Águila. A la llegada de los españoles,
éstos quedaron fascinados, lo cuál se demuestra en las múltiples
referencias que se han encontrado en escritos de misioneros como Fray
Bartolomé de las Casas o Fray Bernardino de Sahagún. Incluso Cortés, en
1528, llevó a España algunos jugadores para hacer una demostración
frente al Rey Carlos V, momento que fue plasmado por el artista alemán
Cristoph Weiditz en 1529, como podemos observar en la figura 5.
Fig. 5. Dibujo de Weiditz, 1529.
El
juego de pelota prehispánico, como hemos podido ver en este primer
acercamiento desde las diferentes culturas mesoamericanas, además de ser
una práctica ancestral milenaria, tuvo un papel ritual, político y
posiblemente económico que lo ubica dentro de la esfera del poder y de
la historia de las culturas mesoamericanas. Esta actividad demuestra sus
profundas raíces ya que logró sobrevivir a la Inquisición y a
Torquemada, quién vio al diablo en cada cancha donde se jugaba, proclamó
su prohibición y propugnó su destrucción, que se realizó durante la
Colonia.
3. Características del juego de pelota mesoamericano
En
este apartado esbozaremos las reglas básicas que regían este juego, con
especial atención al tanteo y a los jugadores, y analizaremos también
algunos de los diferentes tipos de canchas que se dieron en las culturas
mesoamericanas.
Reglas
Fray Bernardino de Sahagún (1999), en el Capítulo X, De los pasatiempos y recreaciones de los señores, de la obra escrita en el siglo XVI, Historia General de las cosas de la Nueva España, describía así el juego de pelota o tlachtli:
‘… y el que metía la pelota por allí ganaba el juego; no jugaban con las manos sino con las nalgas herían a la pelota; traían para jugar unos guantes en las manos, y una cincha de cuero en las nalgas, para herir a la pelota’ (p. 459-460).
Una
descripción más completa es ofrecida por diversos autores basándose en
amplios estudios. Estas reglas además variaban según la región y la
cultura que jugaba, pero básicamente, con prudencia como señala
Taladoire (2000), podemos afirmar que estaba formado por dos equipos de
uno a siete jugadores, con un juez, que se enfrentan en una cancha
larga, dividida en dos, lanzándose directamente, o haciendo pases, una
pelota de hule no vulcanizado de unos tres kilos. Ésta debe ser tocada
por alguna parte del cuerpo o implemento que estuviera permitido (mazo,
guante, cadera, mano, antebrazo,…), lo que tal vez correspondía a
variantes locales y/o cronológicas. Los tantos se obtenían cuando la
pelota se recogía o golpeaba con una parte del cuerpo no autorizada;
cuando la pelota era muerta o perdida. Cuando se comete una falta
(patear la pelota) con el pie, el equipo contrario lograba obtener de 1 a
4 rayas (tantos que eran convenidos previamente) y la posesión de la
pelota (M.C.D. Guatemala, 2001). Como era excepcional pasar la pelota
por el aro, cuando esto se lograba se ganaba el juego y el jugador que
lo conseguía era agasajado con premios y honores (Bello y Picardo, 1998;
De La Garza, 2000).
En
palabras de Taladoire (2000), en la actualidad este aspecto tan complejo
del tanteo en el juego prehispánico queda todavía muy poco claro.
Sahagún
describe también algunas características de los jugadores (fig. 8) en
cuanto a su vestimenta, pero datos recientes indican que los jugadores
utilizaban para protegerse de los golpes de la pelota una faldilla hecha
de cuero de venado, algodón, cestería o madera, que era sujetada por un
fajado que servia para dar macicez a las caderas, sobre el fajado se
amarra un cincho de cuero, los codos y las rodillas se protegían con
rodilleras, los pies general mente iban desnudos o con tobilleras para
evitar alguna desgarre o luxación (Castro, 1973; M.C.D. Guatemala,
2001). Según relatos de cronistas y de diversas figurillas de barro,
estelas y relieves, en algunas regiones como en Tula se utilizaban,
además de todo lo anterior, penachos de bellas plumas y sus mejores
vestidos para la ocasión (Benítez, 1994).
Fig. 6. Diferentes representaciones del jugador de pelota (Museo Nacional Antropología, México D.F.).
La
pelota, elemento clave del juego, era fabricada de la siguiente manera
(Tarkanian y Hosler, 2000): el látex recogido del árbol Castilla elástica
era mezclado con la planta del guamol, y esta mezcla se transformaba en
hule para formar las pesadas bolas que tanto impresionaron a los
españoles como se recoge en esta cita de Fray Bartolomé de las Casas,
escrita en el siglo XVI:
‘…y con una goma que llaman ulli, que sale de un árbol que se cría en tierra callente, al cual punzándolo salen unas gotas blancas, y después se torna como pez negra, de que hacen las pelotas con que juegan, que saltan seis veces más que las nuestras de viento y no paran de bullir saltando como si estuviesen llenas de azogue…’ (1992, p. 98).
La
pelota reviste una gran importancia debido no solo a su necesario uso,
sino a que los pueblos mesoamericanos se adelantaron 3.500 años al
descubrimiento del uso del hule con látex para la fabricación de la goma
que tan utilizadas es actualmente.
Canchas para la práctica del juego de pelota
Actualmente
se han encontrado más de 1500 canchas, y es esta instalación la que más
lugares registra si se compara con las griegas y romanas. El número,
que continuamente es aumentado con los recientes descubrimientos, es
bastante significativo de la importancia que tuvo este lugar tanto para
la práctica deportiva como religiosa o ritual, en el contexto
mesoamericano
Retomando la descripción realizada por Sahagún, éste describía así la cancha de juego de pelota de la capital mexica:
‘…el juego de la pelota se llamaba tlaxtli o tlachtli que eran dos paredes, que había entre la una y la otra veinte o treinta pies, y serían de largo hasta cuarenta o cincuenta pies; estaban muy encaladas las paredes y el suelo, y tendrían de alto como estado y medio, y en medio del juego estaba una raya que hacía al propósito del juego; y en el medio de las paredes, en la mitad del trecho del juego, estaban dos piedras como muelas de molino agujereadas por medio, frontera la una de la otra y tenían sendos agujeros tan anchos que podía caber la pelota por cada uno de ellos’ (p. 459, cursiva en el original).
Como
observó Taladoire (2000), el juego no tiene por qué estar siempre
ligado al marco arquitectónico, el ejemplo más claro lo podemos observar
actualmente en la vida diaria, ¿cuántos niños y jóvenes juegan al
fútbol -por poner un ejemplo- todos los días sin un campo de fútbol, sin
césped, sin equipamiento y sin porterías? En numerosas inscripciones,
relieves de paneles y escritos se identifica el juego de pelota aún
cuando en algunas de esas ciudades mesoamericanas no existía cancha para
la práctica. En algunos casos sólo se han encontrado restos de
marcadores (generalmente con aspecto zoomórfico), que servían para
delimitar las diferentes zonas del campo de juego (fig. 7). Los anillos,
que aparecen mucho después (900 d.C. según Castro, 1973), constituyen
un nuevo tipo de marcadores, empotrados en las paredes del patio central
del juego de pelota y representando en sus relieves águilas, serpientes
o personajes decapitados. Éstos revisten una mayor importancia, ya que,
como hemos comentado antes, el punto más valioso del juego se lograba
al hacer pasar la pelota a través del anillo.
Fig. 7. Marcador cabeza de guacamayo de Xochicalco y anillo de Tula.
(Museo Nacional de Antropología, México D.F.)
(Museo Nacional de Antropología, México D.F.)
Siguiendo
a Taladoire (2000), éste nos define la cancha como ‘…constituida por
dos edificios paralelos, relativamente estrechos, separados por un
espacio plano, largo y también estrecho, que forma la cancha propiamente
dicha. Cada estructura lateral está compuesta por un talud de
inclinación variada, que culmina en su parte posterior en una cornisa
que puede alcanzar unos metros de alto. En su parte inferior, el talud
cae directamente sobre el piso de la cancha, o desemboca en una banqueta
baja con reborde vertical o fuertemente inclinado. En muchos casos los
extremos de la cancha están abiertos… otros dan al juego su forma
conocida de I o de doble T, …’ (p. 24). Este mismo autor recoge la
evolución de la planta y el perfil de las canchas del juego de pelota en
mesoamérica, que como se puede observar son diferentes según la zona y
la cronología.
Fig. 8, 9, 10 y 11. Imágenes (arriba) de las canchas de Chichén-Itzá y Tula,
(abajo) Uxmal y Xochicalco.
(abajo) Uxmal y Xochicalco.
Tomando
como referencia el trabajo de Taladoire (2000), en el que recoge hasta
13 tipos diferentes de cancha y sus variantes, podemos apreciar en la
figura 8, correspondiente a la cancha de Chichén-Itzá, como se
representa la cancha Tipo III, con altos muros verticales sobre pequeñas
banquetas. Tula correspondería a un Tipo VI, VII u VIII, caracterizado
por su planta cerrada, al igual que la figura 11, Xochicalco. En la
figura 10, Uxmal representa el Tipo I, muy común en las Tierras Bajas
Mayas, con estructuras laterales en talud y cancha semicerrada.
A
pesar de las diferencias encontradas en las diferentes canchas, se puede
decir que todas siguen un modelo básico homogéneo. Hemos de tener en
cuenta que mesoamérica estuvo poblada por multitud de culturas a lo
largo de muchos siglos, en las que los conocimientos en algunos casos se
pasaron de una a otra y en otras fueron destruidos. Todo esto hizo que
se desarrollaran varios focos independientes con sus diferentes canchas y
reglas, pero todas estaban dedicadas al mismo tipo de juego.
4. El sentido astral y guerrero del juego de pelota
A
pesar de esa unidad que podemos observar en cuanto a la configuración de
las canchas y los reglamentos para la práctica, la diversidad que
observamos en el actual juego de pelota también nos da datos para pensar
que antes de la llegada de los españoles también existía esta
diversidad y que además, ésta, se extendía a la simbología asociada al
juego.
Varias
hipótesis son las que se manejan en relación con el simbolismo del
juego, entre ellas, rito para la fertilidad de la tierra, ceremonial
guerrero y significado astral. Éste último parece ser el que más se
repite en los diferentes legados que dejaron los precolombinos y es el
más comentado por los autores que han estudiado la simbología del juego
de pelota (Scott, 1996; Bourbon y Poljak, 1999; Taladoire, 2000;
Uriarte, 2000; De La Garza, 2000; Avila, 2001).
Como
todo juego deportivo, es indudable que existe una lucha de contrarios,
que, en el vínculo entre el juego y astronomía es claro. La relación
astronómica más clara es con Venus (Uriarte, 2000) en el que aparecen
opuestos su representación matutina, en la figura de
Tlahuizcalpantecuhtli-Quetzalcóatl, y su representación vespertina, en
la figura de Xólotz. Esta lucha de opuestos, entre la luz y la
oscuridad, entre el Sol, símbolo de la racionalidad y lo masculino,
contra la Luna y las estrellas, lo irracional y femenino, es
representada en el mito mexica (De La Garza, 2000). La cancha es, por
tanto, el cielo nocturno donde se desarrolla esta pugna en la que el Sol
siempre vencía para que se pudiera mantener el orden cósmico (Uriarte,
2000). En última instancia, el sacrificio humano era el que permitía
este orden asociado a su vez con la fertilidad de la tierra, ya que la
sangre, derramada sobre la cancha propiciaba la germinación de las
plantas y la prosperidad en los cultivos para alimentar a la población.
Es de suponer, después de lo dicho, que el juego de pelota con las
ofrendas de sangre, así como las guerras, se practicaría durante la
época seca para propiciar las lluvias y la fertilidad de la tierra. Esta
idea, fundamental en la cosmovisión de los pueblos prehispánicos,
refleja la importancia del juego de pelota dentro de su vida cotidiana.
Por
el contrario, De La Garza (2000), nos señala como en el mito maya, esta
lucha de opuestos no es entre el Sol y la Luna, sino que se da entre
los seres luminosos y vitales, contra los seres del inframundo que
simbolizan la oscuridad y la muerte. Esta oposición quedó grabada en el Popol Vuh,
en el que, según Gerard W. van Bussel (1991, en Uriarte, 2000), la
cancha del juego de pelota es una alegoría del acceso al inframundo. Por
otra parte, los anillos o marcadores de piedra, representarían los
sitios de salida y puesta de los astros en el horizonte; la pelota el
astro mismo, y el acto de juego, su movimiento (Krickeberg, 1988). Según
el mito maya de Hunahpú e Ixbalanqué, estos personajes, después de
bajar al inframundo a jugar a pelota con los dioses de la muerte y
derrotarlos, se transforman en el Sol y la Luna de la época actual. Por
lo tanto este episodio representa la aparición del Sol y la Luna del
Popol Vuh, vinculado al juego de pelota (Uriarte, 2000, p. 51).
En
ambos mitos encontramos una pugna, una lucha, existe por tanto, una
relación simbólica con la guerra, ya que se da una confrontación
antagónica entre fuerzas, motivo de que podamos ver con frecuencia en
los relieves a los jugadores de pelota con atavíos guerreros practicando
sacrificios humanos por decapitación. Desde tiempos muy remotos el
cráneo fue considerado reliquia o trofeo; todas las culturas lo integran
a su arte y ritos y el cortar cabeza fue una pena de muerte bastante
común hasta épocas relativamente recientes. Entre los olmecas, la
decapitación o representación de la cabeza fue tema de esculturas o
bajorrelieves que reproducían ceremonias asociadas a la fertilidad. Las
colosales cabezas olmecas, fechadas alrededor del año 1000 a.C., han
sido interpretadas como cabezas decapitadas asociadas al ritual del
juego como hemos podido ver anteriormente. Continuando con los mayas,
éstos vincularon el rito del sacrificio astral con el juego de pelota,
que se convirtió en el escenario del sacrificio ritual. La muerte del
sacrificio era necesaria en el inframundo nocturno y permitía la
regeneración de la vida terrestre y cósmica, formando una cadena en la
cual muerte y regeneración se sucedían insalvablemente y nutrían el
flujo continuo de la vida. También hay indicios de que era una manera
muy peculiar, entre los mayas, de retar a los reyes cautivos en la
cancha donde eran sacrificados. Por tanto, el juego de pelota en esta
época no era un deporte, era algo muy serio en el que se involucraba la
perpetuación del Estado y la comunicación con el otro mundo (Velázquez,
2000).
Sin
embargo, prevalece la discusión de si se sacrificaba a algún jugador de
pelota, e incluso si era el que ganaba o el que perdía, o si la cancha
se utilizaba para ceremonias asociadas a la guerra, como la muerte de
prisioneros (De La Garza, 2000). Lo que sí está claro es la relación del
juego con ese orden cósmico, el sentido astral, que comentábamos
anteriormente, en el que el sacrificio es determinante para poder
permitir la victoria del Sol sobre las tinieblas y con ella las lluvias,
la vegetación y la fertilidad.
5. Conclusiones
El
estudiar la práctica del juego de pelota entre las diferentes culturas
prehispánicas nos ha ayudado a comprender la importancia de esta
práctica a lo largo de siglos. Es tal la importancia que tuvo que, ni la
llegada de los españoles (recordemos que fue prohibido por Torquemada
en la época colonial) ni las continuas guerras y correspondientes
independencias de otros países, han logrado hacer desaparecer una
actividad tan arraigada que es practicada actualmente a lo largo de toda
la República de México y su zona de influencia en Sudamérica.
Las
características del juego de pelota aquí presentadas son sólo un esbozo
de toda la riqueza que posee. Sus reglas, las características de las
canchas repartidas por todo el territorio y la peculiaridad de la
vestimenta y costumbres de sus jugadores son sólo una parte de todo lo
que nos puede aportar el conocimiento de esta práctica ancestral.
Nos
hemos acercado al juego de pelota desde el punto de vista más sagrado
para los antiguos habitantes de mesoamérica, en él, hemos podido
comprobar el rico simbolismo asociado a sus deidades, la cosmología y la
guerra. Todas las culturas mesoamericanas reflejan la importancia que
atribuían al conocimiento astronómico, el juego de pelota, parece haber
sido clave como rito para propiciar el movimiento de los astros en el
cielo y, por tanto, la continuación de la existencia del cosmos y de la
vida. Sin embargo, aparte de este profundo carácter sagrado que tenía el
juego, las fuentes históricas mencionan la incorporación de nuevos
elementos como la desacralización mediante las apuestas, la
profesionalización de los jugadores,… en definitiva, la transformación
que sufrió esta práctica poco antes de la colonización española entre el
pueblo azteca de los méxica, la transformación del juego de dioses al
juego de hombres. Esta peculiaridad en su evolución no ha sido tratada
en este trabajo, pero, podemos decir que, existe un terreno fértil para
la investigación histórica que arroje nuevas aportaciones al estudio del
juego de pelota en toda su globalidad.
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