domingo, 9 de febrero de 2014

¿Quién inventó que el águila devora una serpiente?

¿Quién inventó que el águila devora una serpiente?

Entre lo que necesita ser cuestionado de raíz es la simbología nacional, pues los símbolos no son abstracciones neutrales en el vacío, sino elementos que fundamentan prácticas concretas, a niveles “invisibles.”
La información en la que se basaron quienes crearon el escudo nacional, proviene de la piedra del Teocalli de la Guerra Sagrada, expuesta en el Museo Nacional de Antropología e Historia. En ella es visible un águila que devora el símbolo de Atlachinolli (agua quemada), elemento utilizado en la iconografía mexica como símbolo de guerra, pues en sí mismo representa la interacción entre dos opuestos (agua y fuego) aparentemente irreconciliables.
Sin embargo, al enfrentarse a una iconografía poco entendida, se interpretó que el Atlachinolli era una serpiente (pues parece tener esta forma) y dicha interpretación permanece a la fecha como simbología nacional oficial. También se erradicó el elemento de transformación o muerte, del que emergen el nopal y el águila… ¿Qué trascendencia tiene observar todo esto?
Teocalli de la Guerra Sagrada Mexica

Atlachinolli (agua quemada)
En la sociedad mexica el pueblo estaba estratificado y gobernantes y guerreros dirigían la consolidación del imperio. No se formaba a los cabecillas con un entrenamiento que concibiera como ajenas la política y la organización social. Los guerreros, identificados con águilas y jaguares, se preparaban en una disciplina física, filosófica y política.
Cabe aclarar que los mexicas no eran un grupo homogéneo con una aspiración “espiritual;” dones, virtudes, talentos y mezquindades, estaban repartidos de manera heterogénea como en cualquier sociedad. No se trata de idealizar culturas restándoles la humanidad que nos une como especie, pues no existen características universales en “los mayas,” “los españoles,” “los mexicanos,” “los musulmanes,” o cualquier etiqueta de este tipo. Lo que sí quedó registrado es que las guerras llamadas “Floridas” en las que participaban, llevaron a la consolidación de una sociedad que en cien años logró una integración, criticable para algunos y políticamente maestra para otros.
El símbolo del Atlachinolli jugaba un papel en la iconografía, pues transmitía parte de las bases en las que se sustentaba el imperio. El águila grita guerra… grita Atlachinolli. El símbolo alude a la Guerra Sagrada por el enfrentamiento entre dos fuerzas antagónicas (agua-fuego) que no se encuentran fuera del individuo, sino dentro de él.
Resulta interesante que en este enfrentamiento interior, la dualidad es sólo una primera forma de comprensión. Quien viva conscientemente esta batalla, se dará cuenta de que, al mismo tiempo que sucede, existe una tercera fuerza conciliatoria que es capaz de darse cuenta de las dos fuerzas que se están oponiendo; no toma partido por alguna porque ella misma es resultado de la unión de ambas, es decir, agua quemada (Atlachinolli). La primera batalla que se debía ganar por tanto, era la de sí mismo sobre sí mismo (Nekok Yaotl), premisa recurrente en otras disciplinas a lo largo de la historia que llevan implícitas un  mismo mensaje: el comienzo de cualquier transformación inicia en el  conocimiento de uno mismo, en el trabajo personal y paralelo a éste, el colectivo.
La tercera fuerza que emerge del agua y fuego es vapor, que en términos físicos es otro estado de la materia… cambio o transmutación. El tres, presente en donde aparentemente hay sólo dos, es la trascendencia del pensamiento dicotómico bien/mal, víctima/victimario, vida/muerte, guerra/paz… a favor de una integración y reconciliación… En términos más burdos, la transformación del estiercol en abono.
Trascender la dualidad cuestiona las bases sobre las que creamos al “otro” o, en casos más graves, al “enemigo.” El gobierno actual justifica una “guerra contra el narcotráfico” al construir un “enemigo”  que es supuestamente distinto a sí mismo llamado “crimen organizado” (igual que lo hizo el gobierno estadounidense con “la guerra contra el terrorismo”). Estos discursos venden la idea de que el enemigo… corrupción o crimen, están fuera del Estado y legitiman acciones incluso contra la población que se atreva a ponerlo en duda. El pretexto de “salvaguardar la seguridad nacional” protege en realidad al propio Estado, pues justifica la eliminación de cualquiera que cuestione su manera de proceder. A través de construir a un enemigo “peligroso” y “amenazante” contra el que luchar, defiende un monopolio de violencia, aunque eso incluya ejercerla contra los ciudadanos.
Retomando la cuestión simbólica del escudo nacional, la manipulación del discurso para legitimar el poder, se fundamenta en visiones judeo-cristianas, en donde existe algo como “el mal,” (adjudicado coincidentemente a la serpiente), que alude de nuevo a un enemigo “externo” al que hay que vencer o devorar. Sin embargo, en la cosmovisión mexica, la serpiente (Coatl) se asociaba a la deidad de la Tierra (Coatlicue), a la mujer (Cihuacoatl, título administrativo de grado máximo, paralelo al Tlatoani) y a la misma transmutación de la materia (Quetzalcoatl, serpiente emplumada).
En lugares como Xochicalco, Quetzalcoatl se representa como la serpiente que se come su cola. No sólo en Mesoamérica se hacía alusión al reptil que se devora a sí mismo, sino que esta alegoría se ha representado en otras culturas a lo largo del tiempo (Ouroboros). Una vez más, es recurrente la idea de que quien reconcilia en sí mismo la ilusión de los “opuestos,” puede iniciar otras batallas sociales.
No es el águila quien devora a la serpiente, pues sólo la serpiente puede devorarse a sí misma… y entonces, tal vez le salgan plumas…
Si “como es arriba es abajo,” y “como es adentro es afuera,” para una  transformación de las condiciones estructurales que han acentuado las desigualdades, más que cambiar unas ideas buenas por otras mejores, se requiere de alquimia social… replantearnos la comprensión que tenemos sobre “nosotros” y “los otros”… pues eso mismo conlleva la transformación de realidades concretas, internas y externas, hacia lo que queremos como personas.
Los proyectos sociales que han trascendido, han ido acompañados de la dignificación de la especie humana y el entorno. El llamado no es a la guerra, sino a la transformación que puede experimentarse en la batalla que inicia en nosotros. Ésta tiene como meta la integración de nuestras partes individuales y sociales, es decir, la reconciliación con “el otro” que, como hemos visto en el espejo, es otro yo.

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