El investigador que se adentra en el estudio de los símbolos precolombinos por medio del arte de esos pueblos (arquitectura, iconografía) y se compenetra con su historia, usos y costumbres, así como con su pensamiento cosmogónico y metafísico, del cual derivan sus ideas sobre lo social, lo económico, sus instituciones, etc., explícitas en las crónicas de los descubridores y conquistadores, en las de los propios indígenas (códices anteriores y posteriores a la colonia), e igualmente en los relatos de viajeros extranjeros, advierte que puede confirmar su trabajo y aun complementarlo, con los datos de la etnología y la antropología, que desde el siglo pasado ofrecen numerosas perspectivas en coincidencia con los principios de las culturas estudiadas, muchas de las cuales siguen practicando los mismos ritos, mantienen idénticos mitos y símbolos (algunas veces adaptados a circunstancias de tiempo y lugar) y conservan iguales usos y costumbres, y casi la misma lengua que sus antepasados precolombinos. Se trata, pues, de culturas que se mantienen vivas, que guardan en alguna y diferente medida las antiguas concepciones tradicionales, su cosmovisión, y determinadas prácticas espirituales, religiosas y mágicas, vinculadas con el conocimiento de otras realidades en el orden creacional y metafísico que aquéllas que suelen procurar la programación condicionante del mundo moderno, y el engaño ilusorio de los sentidos, como únicas garantías, materiales, positivas y concretas de percibir una supuesta “realidad”. Lógicamente el interés del investigador al conocer estos hechos es inmediato y al profundizar en esas culturas con los elementos que le brindaron otros colegas que han pasado años de trabajo in situ enriquece su labor, a la vez que se va interesando en esas comunidades, a las que ve como depósitos de una Tradición Original, como fragmentos de culturas arcaicas en pleno funcionamiento, o sea como posibilidades de desarrollo de la naturaleza humana, aún vigentes para numerosos grupos, las cuales, incluso, se han constituido en algunos casos como alternativas para el atormentado hombre moderno y la horrible vida vacía en espantosos trabajos y ciudades.
De más está decir que quien recibe esta luz y advierte la naturaleza extraordinaria de las culturas de los “contemporáneos primitivos” trata de preservarlas a toda costa, en la medida de sus fuerzas, pues se siente comprometido con el punto de vista de estos hombres y mujeres, que han decidido durante cinco siglos en el caso de los indoamericanos mantener su identidad, su lengua, sus mitos, ritos y símbolos, sus valores culturales, aunque hayan tenido que enfrentar durante ese lapso de tiempo la pobreza, la marginación y el desprecio del ignorante hombre occidental contemporáneo gracias al cual, por su falta de inteligencia, sentido de justicia, ferocidad y arrogancia, y sobre todo por su espiritualismo material y los espejismos de su ciencia menesterosa y su idea de un poder de tan corto alcance como destructor, estamos situados los habitantes de todo el mundo en una situación límite, que demográfica y ecológicamente (para nombrar sólo dos factores) es imposible de mantener como hasta ahora lo pretenden los “especialistas” de distintas minucias y la “clase política”, pseudónimo actual de sinvergüenzas disfrazados, elementos verdaderamente peligrosos de la disolución final, que lejos de verse como una catástrofe, debería significar el fin de la enfermedad, el dolor y la mentira, y la posibilidad de un orden nuevo y de una vida digna de llamarse de esa manera, posibilidades que los indígenas saben que no son de este mundo, pero que sí pueden obtenerse en este mundo, constituyendo ellas garantías y gérmenes vitales para cualquier tipo de vida futura.
De hecho, si nuestro investigador está interesado en el pasado “arqueológico” de estas culturas, por decirlo de alguna manera, ¿cómo no ha de interesarse por las estructuras y jirones que aún se mantienen vivos, aunque algunos de ellos estén aparentemente alejados de lo tradicional y cercanos a lo folklórico? ¿Cómo no intentaría proteger estas manifestaciones culturales? ¿Cómo no desearía que se revalorizaran en su exacta dimensión, a la que es ajena la mentalidad contemporánea? ¿Acaso no es extraordinario que se mantenga una cultura arcaica, en medio de la ignorancia y la perversidad del hombre actual que no es capaz de advertir siquiera que su propia velocidad está generando un cataclismo? Aquí llegamos al problema del indio actual, a la vertiginosa pérdida de sentido de sus propias tradiciones para los indígenas, muchos de los cuales las desconocen, así como sus raíces, y se contentan con algún signo superficial que los distingue, y que perderán de aquí a muy poco tiempo sin remedio, a menos que comprendan la naturaleza exacta de su propia Tradición y sus medios como camino o vía para la realización de sus posibilidades individuales y comunitarias; las que siempre comienzan por lo espiritual: lo metafísico y cosmológico.
Se debe señalar que el período cíclico en el que los contemporáneos estamos insertos es universal y toca a cada uno de los seres, fenómenos y cosas que existen en este mundo. La caída, especialmente marcada en Occidente por la escisión provocada por el racionalismo cartesiano, preparada previamente por lo que de más denso tuvo el Renacimiento, al punto de desembocar en un “humanismo”, es hoy de una multiplicación vertiginosa y cubre áreas hasta hace un siglo impensadas, como selvas, altas montañas, desiertos y lugares helados, donde toda clase de basura consumista invade los últimos reductos de las culturas “primitivas”. Aunque debe manifestarse que los medios de comunicación, especialmente la televisión, son los verdaderos heraldos de la penetración materialista, caracterizada por sus pasiones y violencia, por la ignorancia y exhibición y culto de lo más elemental, como si fuera algo en sí, para colmo verdadero y novedoso; igualmente por creer en la ilusión de lo “real”, caracterizado por ser concreto, útil y satisfactorio de acuerdo al programa modélico de la clase pequeño-burguesa, llena de tabúes y prejuicios tan falsos como efímeros, y capaces de cambiar inmediatamente a los opuestos por un golpe de la moda, o simples intereses particulares de cualquier tipo, o grupo.
Esta situación, propalada por el Occidente y que alcanza a todos los pueblos del mundo, sin exclusión de color, clases culturales sociales o económicas, profesiones, oficios, sexos, etc. es el medio “natural” del hombre actual y toca también a la totalidad de sus instituciones, comenzando por sus religiones, cuyas perspectivas, en el mejor de los casos alcanzan lo piadoso y ciertas supuestas “buenas acciones” siempre ligadas a lo exterior, ignorando, o negando por ignorancia y mala fe sus orígenes esotéricos, es decir vaciándolas completamente de sentido al grado de constituirse en pantomimas y burlas de lo espiritual, donde los mitos, los símbolos y los ritos han perdido todo sentido para propios y extraños.
Esta profanización total ha tocado a todos los hombres y mujeres del siglo XX, y sólo se salvan de ella los seres y comunidades que se marginan totalmente (por el simple expediente de no creer de modo alguno en esos supuestos que comprueban experimentalmente como falsos), ya que su descripción del mundo y la realidad participan de la verdad de otros espacios y planos que están igualmente en este mundo y en el hombre mismo ligados a lo metafísico, en los cuales acreditan sin ninguna hesitación por su propia evidencia, encarnada en ellos mismos y manifestada en el total de la expresión universal, y por lo tanto comprobable en todo tiempo y lugar, gracias a los signos que permanentemente la revelan.
Se ha de destacar, sin ir más lejos, que estos seres y comunidades a que nos referimos en último lugar constituyen pequeñas minorías dentro de la corriente general, hoy identificada con la ilusión del progreso y la superstición científica. Entre ellas siempre se han destacado las culturas indoamericanas, muchas veces atacadas de frente por falsas ideas acerca de la vida, la felicidad, el confort, y la justicia misma, miradas desde las valoraciones profanas del hombre blanco, el que de una manera verdaderamente imperialista trata de imponer ideologías propias de su “raza”, así sean las del consumismo “capitalista”, como las del resentimiento “marxista” disfrazado de justicia social, ambas completamente ajenas a la mentalidad de la tradición amerindia, y sólo esgrimidas para hacer de los indígenas, no hombres dignos pertenecientes a una Tradición, permanentemente ligada a los valores eternos, propios del ser humano y su función como hijo directo de Dios y producto del gesto creacional, sino como meros factores de la producción (al igual que los proletarios industriales), que los hace o ciudadanos de quinta categoría, miserables que pueblan las periferias de las ciudades como autómatas, entre gases tóxicos, con el único auxilio de la televisión como guía de sus pasos, mientras aguardan la posibilidad del auto y la casa propia con los años, a la par que sus hijos son capaces de elevarse hasta obtener un título, hacerse ejecutivos, políticos, o narcotraficantes, o escoger por cualquiera otra de las indefinidas opciones de incorporarse al caos y a la ignorancia general.1
En términos generales, diremos que hay distintas “etnias” dentro de cada país moderno: bastantes de esas etnias se encuentran fragmentadas y aun polarizadas entre sí, a tal punto que, en realidad, la pertenencia a tal o cual grupo la da en última instancia el municipio en el que vive el indígena, y las autoridades civiles en la mayoría de los casos también religiosas que lo rigen son las encargadas de velar por los asuntos internos de la comunidad, a la par que sirven de puente con el “exterior”, o sea, con los engranajes del gobierno nacional.
Estas comunidades suelen dividirse en Latinoamérica en dos grandes grupos: a) los tradicionales y los progresistas. Los primeros a su vez se subdividen en dos grupos; en el primero se encuentran los hombres de conocimiento, chamanes y personas que verdaderamente conocen su Tradición, viven en ella y la practican cotidianamente como forma de vida, y en el segundo, los que bien podrían ser llamados tradicionalistas, pues sin conocer a fondo los misterios últimos de su cosmovisión, sin embargo participan en distintos grados de ella, de lo cual se sienten orgullosos, así como de sus costumbres y su riquísimo acervo cultural (entre ello de su lengua) que respetan y gozan.
En cuanto a los “progresistas”, se les puede dividir a su vez en tres grupos: 1) los “evangélicos”, que han tenido mucho éxito en su prédica estos últimos años debido fundamentalmente a su condena del alcohol, problema que padecen los indígenas, pues la misma sustancia que utilizan en sus ceremonias y ritos, ha transformado a algunos en alcohólicos consuetudinarios con problemas sociales. 2) los catequistas, grupos juveniles de activistas católicos que ponen énfasis en su trato igualitario con los indios y se ocupan de ciertas obras deportivas y sociales, descuidando completamente la vida espiritual, de la que participan a su modo las etnias desde hace cinco siglos, poniendo sólo énfasis en las necesidades materiales de los autóctonos a los que ve como indigentes, ya que su abandono, desde el punto de vista de la sociedad de consumo, es grande. Hoy en día, siguiendo órdenes papales, se empeñan en una “teología” de la “justicia social” que éste acaba de oficializar (pidiendo perdón a los indígenas por los pecados cometidos) destinada a erradicar la “teología de la liberación”, pero que parte de los mismos supuestos materiales de ella. Agregaremos que en muchos templos los mismos indígenas han tenido que salir en defensa de ceremonias y ritos y fiestas netamente católicas que los progresistas han pretendido eliminar. 3) en tercer lugar están los “marxistas”, en muchos casos apoyados por el grupo que acabamos de describir, interesados sólo en la política (en sus intereses políticos), y apoyados por la demagogia de los partidos existentes. Para esta gente el indio es sólo un pobre diablo hambreado e ignorante que no tiene la menor idea de nada, un “objeto” que una vez detectado es fácil de manipular. Demás está decir lo que piensa un auténtico chamán indoamericano sobre estos “progresistas”, salvo que los considera los enemigos más grandes, demonios capaces de dar la última puñalada a estos pueblos, al quitarles de manera directa (o indirecta) su Tradición y convertirlos definitivamente en masa, es decir en nada; situación en la que los indígenas serán los únicos perjudicados, y que anuncia los días de la muerte de su cultura, y por lo tanto de su identidad, en aras de una “civilización” que está abocándonos a todos a un fin inminente, y que sin más pretende disolver las tradiciones precolombinas forjando un signo más de la disolución universal, como lo sabe muy bien ese chamán al que nos estamos refiriendo.
En realidad el problema es claro: se cree que la sociedad moderna, o post-moderna, técnica o electrónica, constituye un avance; si se considera que la humanidad va evolucionando y aun se cree en el “progreso”, como a fines del siglo pasado, es obvio que los indígenas, (que siempre se han apartado de las congregaciones blancas desde la invasión europea), son sumamente atrasados e incomprensibles. ¿Cómo puede perder su tiempo el ama de casa india torteando su maíz cuando puede comprar su tortilla empaquetada en el supermercado, o regodearse con los corn flakes? ¿Cómo van a vivir en ranchos de paja y barro cuando tal vez podrían acceder al monoblock y a las ciudades satélites? ¿Cómo siguen atendiéndose con el chamán e ingiriendo yerbas, cuando para eso están la medicina alopática, la cirugía y los hospitales? ¿Acaso no es ridículo producir artesanías con elementos del entorno cuando pueden fabricar en serie y en forma masiva con máquinas y utilizando el plástico como materia prima? ¿Por qué insisten en trabajar personalmente su milpa, cuando podrían ser proletarios sindicalizados y poseer televisión y otros artefactos del hogar? Y sobre todo: ¿Cómo es que no abandonan sus ridículas creencias y se unen democráticamente a las de la mayoría que desea un civilismo laico, productivo y materialista?
Lamentablemente este tipo de planteos son propios de los gobiernos y los estados subdesarrollados y en vías de desarrollo, que aún acreditan en la masificación cuantitativa. Por el contrario las naciones (e individuos) desarrollados que han sufrido en carne propia las maravillas del “progreso” y para cuyas juventudes “no hay futuro”, consideran al mundo moderno no como evolucionado sino en proceso de total involución y creen en un fin inevitable y no muy lejano, precisamente por esas circunstancias. Por lo que la cuestión resulta clara y sencilla: para los que aún se ilusionan con el progreso indefinido los indígenas han de ser salvados de su barbarie y dejar de ser indígenas para incorporarse al mercado de consumo, y a la producción industrial, cuando no se los trata de manipular política y demagógicamente por gobiernos y estados corruptos. A la inversa, para aquéllos que saben que la sociedad moderna está ya viviendo su fin, los indígenas y su forma de vida se presentan como fragmentos de lo que el ser humano aún tiene de tal y por eso como ejemplos de la cosmogonía y la metafísica de una sociedad tradicional, y aun como modelos alternativos.
Pero esto de ninguna manera significa negar a los autóctonos determinados beneficios obvios propios de la sociedad contemporánea como pueden ser el agua corriente, los alcantarillados y desagües, la propia protección ecológica y las conquistas de la medicina en el campo de la inmunología, para nombrar sólo algunos pocos de ellos; también es fundamental la educación bilingüe, es decir, el estudio de la lengua aborigen para quien no la conoce y la del idioma oficial, para quien no la habla, por la necesidad que tienen actualmente los naturales de pertenecer a los países modernos y como forma de adquirir elementos de todo tipo para la valorización y defensa de su propia cultura, al igual que para impedir la explotación ejercida hoy y ayer por aquellos que han pretendido liberarlos y hacer de ellos personas “decentes”, que no se distingan de la mediocre uniformidad del conjunto, razón por la que los propios indígenas deben tomar conciencia de esta situación y evitar ser engañados como hasta ahora con chatarra, así ésta consista tanto en “cuentas de vidrio”, como en ideologías e “ismos” propios del hombre blanco.
Nota
(1) Aunque serían necesarios más arquitectos indígenas para orientar y realizar sus construcciones con un plan arquetípico y sagrado, como antaño hicieron con sus templos y como siguen haciéndolo hoy en la milpa, a cielo descubierto. Además podrían seguir la carrera de medicina de las universidades con el fin de incorporar los elementos de su arte terapéutico como contribución a la salud general. Igualmente sería necesario continuar con la producción de sus artesanías, no perder la calidad y procurar buen precio por ellas, debida cuenta del valor económico de los objetos realizados a mano en los países más desarrollados, los que para muchas cosas los prefieren a la producción industrial. También sería loable que algunos de ellos incluso chamanes u hombres de conocimiento estudiaran leyes para poder defender sus derechos, pero que evitaran comprometerse en el peligroso y delicado mundo de la política de los países que habitan. Asimismo otros que pudieran estar capacitados en técnicas administrativo-contables e informática electrónica, para ser voceros de sus comunidades y respetados en el ámbito nacional. Y todos conocedores de su propia Tradición y de los valores cosmogónicos, filosóficos y metafísicos que entraña.
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