martes, 8 de octubre de 2024

Literatura mexicana prehispánica y sacralidad

 Literatura mexicana prehispánica y sacralidad

El día de hoy, el refugio más fácil de socorrer que tiene un pueblo de actitud fácil es la identidad nacional. Los nacionalistas se buscan héroes y figuras vernáculas para ponerlas en monedas, billetes, calles, parques, librerías y planes de estudios. El estudiante de la carrera de «Lengua y literaturas hispánicas» de la UNAM debe cursar durante su primer año cierta materia llamada “Literatura Mexicana I, prehispánica”. ¿Será cierto que existió en México una «Literatura prehispánica»?

    La pregunta anterior no está sujeta a discusión. Por supuesto que existió la literatura mexicana precolombina. Quien duda de la anterior afirmación es alguien que cree que en el continente no existió nada literariamente relevante antes de la llegada de la europea lengua castellana, y que la única literatura de lo que ahora llamamos Latinoamérica ha sido la «hispanoamericana».

    Quien trate de estudiar con justicia y objetividad la realidad humana y espiritual precolombina en el continente americano tiene que ser algo antropólogo. Aún delimitando el campo geográfico de estudio al territorio nacional, y luego partiéndolo a la mitad para analizar sólo la parte considerada Mesoamérica, el entusiasta se queda corto. El término corresponde a una abstracción geográfica y no a 1 solo estado uniforme. Se refiere a un conjunto de pueblos que si bien tuvo similitudes culturales evidentes (la alimentación, el calendario, los rituales y la paralelidad de divinidades), no pueden en ningún considerarse una única cultura. Y el estudio se complica si recordamos que del preclásico temprano al posclásico tardío hay un espacio de más de 2500 años según unos y de 4000 años según otros. Ni hablar de la cantidad de lenguas que tuvieron escritura en alfabeto latino y que sería necesario aprender para estudiarlos «en sus fuentes», ni de conocer a profundidad sistemas de escritura no alfabéticos. Es por esto que el literato acude a la solución sencilla: estudiar sólo las más representativas obras de las más representativas culturas. En este caso, algunas nociones sobre lo que queda de códices y algunas traducciones del náhuatl y lenguas mayas de anales, cantos, crónicas, descripción de ritos y de algún sustrato dramático. El problema no es tan grave en cuanto a estos aspectos. La verdadera e inadvertida dificultad es darse cuenta que, al estar situado uno en una cultura globalizada con ya arraigadas tradiciones europeas (más que occidentales), nos estamos enfrentando con una conglomerado de civilizaciones no emparentadas a la nuestra, que bien podemos empezar a comparar a partir de nuestras similitudes como seres humanos y de los universales sociales y religiosos, aunque al final nos quedemos más asombrados que comprensivos con los habitantes antiguos de nuestro patrio suelo.

    ¿Qué tanto debe un literato comprender a buen modo la cosmovisión precolombina? Mucho, dada la naturaleza de los textos. En el caso mexica, ya el padre Ángel María Garibay «descubrió» la «Literatura náhuatl», ya el doctor Miguel León Portilla analizó la «Filosofía náhuatl», por mencionar sólo un par. Ambos han sido precavidos en su labor. Recuerdo ridículos casos de zocaleros y otros fanáticos que con ligereza colérica decían estupideces tan difundidas como:
 

El náhuatl es de las lenguas más completas y perfectas que han existido, en opinión de destacados lingüistas.

El náhuatl no es un dialecto. Es un idioma porque tiene Academia de la Lengua y Diccionario.

    Cuando los lingüistas son de la opinión que no hay ni motivos ni necesidad de atreverse a afirmar que hay idiomas mejores que otros, y cuando son realmente pocas las lenguas que tienen alguna organización de intenciones normativas como nuestra RAE. El quechua tiene Academia de la Lengua y no por eso es menos idioma que el inglés, que no la tiene.

    Los casos anteriores son los de personas que vuelven los ojos al pasado nacional para buscar una identidad con la cual ampararse. Sobrevaloran antes de conocer. O lo ven “por encimita”, y llenan sus casas de figuritas de dioses que no conocen, aprenden a bailar en un pie y memorizan cómo decir “I love you” en zapoteco de Juchitán. Y es lo que debe evitar el investigador objetivo.

    Otro ejemplo de simplicidad fue la siguiente afirmación, digna de un poco más de escrutinio:
 

«Teotl» no significa «Dios». El «Teotl» del náhuatl no corresponde con el «Dios» de occidente.

    Ésta es también una de las frases célebres de los zocaleros. En cierto modo, se les puede dar razón diciendo que, al ser dos cosmovisiones no emparentadas, un concepto que los sabios filólogos han tomado para traducir el «Teotl» como «Dios» y viceversa es en cierto modo forzado. En ciertos documentos se cita a Huitzilopochtli como «in Diablo Vitzilobuchtli» (y para «diablo» usan «tlacatecolotl»), y al Dios cristiano se le llama «in huel nelli Teotl Dios, in Ipalnemohuani, in Teyocoyani, in Tloque Nahuaque, in Ilhuicahua, in Tlalticpaque», “el verdaderísimo teotl por quien se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra”. ¿Será sólo adaptación de los traductores o en verdad son términos que no se corresponden?. ¿Era Huitzilopochtli un Teotl o un Dios o ninguno?.

    A oídos de un antropólogo de habla española le sería ridículo usar su palabra «Dios» solamente para el de su religión. Llamar ? al dios si es japonés, ? si es chino, ? o ??? si es coreano, ???? si es árabe, ???? si es griego, deus, si es latino, ku’ si es maya y así sería demasiado afán polígloto.

    En fin. De ahí que el estudio de las culturas mexicanas prehispánicas sea tan particular.

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