viernes, 21 de mayo de 2021

El despertar de nuestras lenguas

El despertar de nuestras lenguas

Por: PILAR MÁYNEZ

Son las lenguas los más completos sistemas de comunicación ideados por el hombre. Son complejos mecanismos mediante los cuales se realiza un proceso de categorización y abstracción de la realidad que nos rodea; a través de ellas se segmentan los componentes biológicos y culturales que cada sociedad destaca frente a otros; a través de ellas nos acercamos a ese universo que se tornaría inasible sin el acto de nominación, tan antiguo como el primer hombre, según lo consigna el libro del Génesis. Por medio de ellas pensamos y sentimos, interpretamos nuestras sensaciones y nos aproximamos a nuestros semejantes. Cada generación, como advierte una moderna teoría lingüística, comporta genéticamente la información heredada de sus padres y abuelos; cada generación está condicionada a ver lo que le imponen las palabras y las frases propias de sus particulares idiomas.

“México: pueblo del Sol” es uno de los capítulos del volumen que el maestro Natalio Hernández publicó, para fortuna nuestra, por Editorial Diana y el Fondo Editorial de Culturas Indígenas en el año 2002. La Leyenda de los Soles que explica el surgimiento y desarrollo de la humanidad es recreada desde tiempo inmemorial hasta nuestros días; la herencia biológica apuntalada arriba y la tradición oral que actualmente está siendo reivindicada por distintas disciplinas, permite que la escuchemos en algunos pueblos. Lenguas de diferente procedencia como el totonaco, perteneciente al tronco del mismo nombre y el tzotzil, al maya, retoman el relato que explica el origen de la gran estrella; pero el Sol está presente igualmente en las producciones de los escritores indígenas actuales. El profesor Natalio Hernández incorpora en este apartado de su libro El despertar de nuestras lenguas. Queman tlachixque totlahtolhuan, poemas de autores zapotecos, mayas y nahuas que aluden a lo que éste representa: el despertar de cada día, la constante renovación. El “Padre Sol” definido por Hernández como “resplandeciente, vigoroso, soberbio, tierno al nacer”, vaticina en los albores de la era sexta, la que nos corresponde, cambios propicios para el cultivo de las lenguas y culturas ancestrales.
Hoy, esa luz radiante posibilita el renacer de las expresiones vernáculas, por siglos confinadas al reducido ámbito familiar o comunitario. La voz de los escritores se eleva fuerte y clara; la flor y el canto se propagan gracias a un intenso movimiento que viene generándose desde hace ya varios lustros, el cual no se limita a estimular el uso de los idiomas patrimoniales propios de cada zona de México, sino al cultivo de sus formas artísticas más acabadas.

La lucha por el reconocimiento de la diversidad lingüística y cultural librada desde 1973 por la Organización de Profesionistas Indígenas Nahuas, Asociación Civil (OPINAC) y de manera más contundente con la Declaración de Pátzcuaro sobre el Derecho a las Lenguas, suscrita en 1980, comienza a dar importantes frutos, como destaca el autor del libro que nos convoca. Hoy se imparte en las diferentes comunidades una educación bilingüe e intercultural; la castellanización que el Estado impuso por largo tiempo en éstas, soslayando las expresiones vernáculas, emanada de las tesis incorporativistas que desde la Revolución venían imperando, ha cobrado un nuevo giro. La orientación ha variado sustancialmente y el proceso enseñanza-aprendizaje que se pretende brindar al mexicano en ciernes es el de un hombre integral que se desarrolla armónicamente, incorporando la herencia cultural indígena con la traída por los conquistadores hace más de 5 siglos. Se requiere formar seres que no imiten voces, ni adopten patrones extraños, que, acepten esa realidad que los hace poseedores del invaluable acervo de dos grandes civilizaciones.

Después de la lógica resistencia que por siglos opusieron los indígenas respecto al idioma español, en nuestros días, como declara Natalio Hernández en su libro, “sabemos que somos ricos porque tenemos muchas lenguas mexicanas y la lengua española que también es nuestra”. “...debemos regocijarnos porque el español ha trascendido a diferentes pueblos del mundo. De aquí en adelante debemos trabajar para que las lenguas de nuestros pueblos, para que las lenguas mexicanas, se desarrollen: para que trasciendan sus flores y sus cantos”.

Afortunadamente en la actualidad son más de 60 las lenguas indígenas que siguen vigentes, según datos del último censo e información del Instituto Nacional Indigenista. Unas, como el náhuatl, el maya y el zapoteco ostentan todavía un número significativo de hablantes; otras, como el cochimí, el kiliwa y el populoca irremediablemente están en peligro de extinción y, con ellas, un testimonio irrepetible de la humanidad, pues como advierte Miguel León-Portilla en el tan inspirado poema que incluye el maestro Hernández en el epílogo

Cuando muere una lengua,
entonces se cierra
a todos los pueblos del mundo
una ventana, una puerta,
un asomarse
de modo distinto a cuanto es ser y vida en la tierra.

El nuevo aliento dado al cultivo de las lenguas indígenas a través de un proyecto educativo emanado de la Secretaria de Educación Pública y del reclamo mismo de sus respectivos hablantes ha cobrado significativa importancia. Los niños nahuas, chinantecos, mixes, otomíes, y mixtecos, por ejemplo, estudian su educación básica en español, pero también conocen, gracias a los libros que han preparado para ellos en sus respectivos idiomas profesionales indígenas de la educación, su funcionamiento gramatical, sus posibilidades expresivas orales y escritas, contenidos históricos sobre sus culturas así como las propiedades de ciertas plantas propias de su entorno geográfico. Se planea así que el alumno de Primaria procedente de diversas comunidades estará capacitado, al cabo de esta preparación inicial, para integrarse lo mejor posible al mundo moderno altamente tecnificado sin olvidar el gran acervo heredado y, afortunadamente, palpable aún.
Pero los escritores indígenas que se han aventurado en el tan arduo campo de la creación tienen que sortear obstáculos adicionales a los que tendría que enfrentarse cualquier otro escritor; tienen que ver éstos con la errada percepción de que sus lenguas, que lo son tanto como el inglés, francés, alemán, chino, etc. pertenecen al subcategoría de “dialectos”, concepción desafortunadamente muy difundida y que nada tiene que ver con una estricta definición lingüística; asimismo, tienen que optar por una representación gráfica específica para realizar sus distintas composiciones, pues un mismo idioma puede contar con diferentes propuestas ortográficas.
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De tono autobiográfico, intimista, es el tercer capítulo del libro de Hernández, como lo advierte su encabezado: “Escribo para no morir”. El maestro Natalio Hernández, acreedor a numerosos reconocimientos por su obra poética, nos confiesa lo que le ha representado el acto mismo de la creación. La experiencia literaria surgió en él como una necesidad interna de expresión; la lejanía de sus orígenes hizo que fuera la lengua náhuatl el medio de vinculación con aquel mundo que parecía irrecuperable. Al llegar a la gran ciudad sintió el deseo de rescatar lo propio, los saberes y tradiciones de su comunidad; sintió la necesidad de pensar a través de las palabras y frases que de modo singular se entrelazaban como fiel reflejo de su cultura milenaria. Fruto de ese primer quehacer literario fue su libro Xochicozcatl, collar de flores.

Conforme fue adentrándose en esta actividad artística, el poeta nahua comprendió que su lengua indígena podría entretejer flores y cantos, al igual que las más acabadas producciones en idiomas que gozaban de gran prestigio; pero para que su mensaje pudiera ser escuchado por un público más amplio, tendría que traducir sus composiciones al español. Los efectos rítmicos y las sugerentes imágenes logradas en la versión inicial, tendrían que ser reproducidas en ese otro idioma tan suyo como el indígena, con los consiguientes problemas que dicho transvase suponía.

El cultivo de la palabra le permitió mitigar la soledad y la angustia; con ella pudo atemperar el dolor y hacer germinar un nuevo hombre, pleno, seguro de sí mismo, orgulloso de sus orígenes, como lo manifiesta en este bello poema que aquí transcribimos.

Algunas veces siento que los
indios
esperamos la llegada de un
hombre
que todo lo puede, que todo
lo sabe, que nos puede ayudar
a resolver todos nuestros
problemas.
Pero ese hombre, que todo
lo puede y todo lo sabe
nunca llegará;
porque vive en nosotros
camina con nosotros
empieza a despertar;
Aún duerme.

Hoy ese hombre despertó ya y alza su voz para que se le escuche a través de la palabra escrita. Poetas mazatecos, como Juan Gregorio Regino, zapotecos como Andrés Henestrosa y más recientemente Víctor de la Cruz, mayas, como Briceida Cuevas Cob y Jorge Miguel Cocom Pech quien hoy dignamente preside las tareas de los Escritores en Lenguas Indígenas, Asociación Civil, nos brindan la posibilidad de escuchar sus preocupaciones existenciales, sus reclamos y su más profundo sentir. Ellos y muchos escritores más como María Luisa Góngora Pacheco, Marcos Matías Alonso y Fausto Guadarrama hacen posible con sus relatos la recreación mágica y artística de su universo.

Hoy se vive el despertar de las lenguas indígenas, iluminado, como pronostica la Leyenda de los Soles, por una luz intensa que promete no extinguirse para que germinen nuevamente las flores y los cantos.

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Natalio Hernández, El despertar de nuestras lenguas, Queman tlacixque totlahtolhuan, estudio introductorio y epílogo de Miguel León-Portilla, México, Ed. Diana y Fondo Editorial de Culturas Indígenas, 2002, pp.175

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